Primero de los tres textos que recogen las conclusiones extraídas en la VIII Asamblea Nacional de Purna.
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INTRODUCCIÓN

El objetivo de este texto es contribuir a dirimir y asentar un marco interpretativo y una estrategia revolucionaria para nuestra organización. La tesis principal es que el desarrollo de las contradicciones inherentes al capital se traduce en una tendencia a la polarización y a la proletarización, acabando con las condiciones que hicieron posible el estado del bienestar y el temporal compromiso que supuso entre el capital y el trabajo en Occidente, reabriendo la posibilidad revolucionaria. Que esta posibilidad revolucionaria resurja no significa que la revolución vaya a producirse necesariamente. Rechazamos toda visión determinista y mecánica de la historia, pues sabemos que la concreción de lo que es sólo una posibilidad depende del desarrollo de la lucha y la labor revolucionaria. Nuestra tarea es precisamente esa: hacer realidad lo que todavía no existe.

1. EL FIN DE LA EDAD DORADA DEL CAPITALISMO OCCIDENTAL

Las revolucionarias nos encontramos en una situación crítica, marcada por nuestra gran debilidad. En las últimas décadas, los planteamientos comunistas han perdido su influencia entre la clase trabajadora hasta llegar a ser marginales, arrinconados entre la irrelevancia y la inoperatividad de sus planteamientos. A nivel global, asistimos a la desaparición de la mayoría de los Estados socialistas, al giro socialdemócrata y socialimperialista de la mayoría de los Partidos Comunistas históricos en Occidente, y a una debilidad y desorganización de la clase trabajadora sin precedentes, que ve cómo se erosionan y desaparecen las conquistas sociales conseguidas a lo largo del siglo XX.

En definitiva, vivimos las consecuencias de la derrota del movimiento comunista internacional acaecida a lo largo del siglo XX. Queda fuera del objetivo de este texto hacer un balance de todo este proceso, aunque deba ser este un objetivo fundamental en el desarrollo político de nuestra organización. Es necesario señalar, no obstante, que esta derrota, en Occidente, se produce en estrecha vinculación con el desarrollo de la llamada “edad dorada” del capitalismo durante la posguerra. Las necesidades de reconstrucción después de la guerra, un contexto económico excepcionalmente favorable, y las medidas arrancadas por la lucha de clases y la existencia de una alternativa socialista en la URSS provocaron en Occidente la creación de sociedades de clases medias1, enormemente privilegiadas respecto al resto del mundo, en la cual, si bien la explotación, la injusticia y la pobreza permanecieron, se generó la posibilidad de una vida vivible para la mayor parte de la población. Así, el incremento de los salarios reales y el descenso de la explotación tuvieron como consecuencia en Occidente una total hegemonía del capital, borrando del horizonte las posibilidades revolucionarias en el corto y medio plazo.

Este periodo de “compromiso” entre trabajo y capital ha de entenderse como una revolución pasiva, como una subsunción del movimiento obrero en las estructuras de los Estados capitalistas occidentales a cambio de una serie de concesiones que, si bien mejoraron sustancialmente la vida de las clases oprimidas en los Estados imperialistas, dejaron inalterado lo fundamental: las relaciones sociales capitalistas y la dominación de clase de la burguesía.

Estas concesiones, que tuvieron que ser arrancadas mediante la lucha, pero que al mismo tiempo impidieron que el movimiento revolucionario pudiera llegar más allá, sólo fueron posibles en un contexto muy concreto: se produjeron únicamente en los países imperialistas, que mantenían una posición privilegiada en el sistema mundial, y en los que durante unas décadas la existencia de unas elevadas tasas de rentabilidad hicieron compatible el proceso de acumulación capitalista con el aumento generalizado de los salarios.

Aunque con sus especificidades, fruto principalmente de la dictadura franquista, el Estado español se adscribe a este proceso general. El Estado español es un Estado imperialista, que pertenece al selecto grupo de países que se encuentran en la cumbre de la pirámide del capitalismo global. Si bien dentro de este grupo ostenta una posición de semiperiferia, el Estado español sigue manteniendo una posición privilegiada en el mercado mundial, con un desarrollo elevado de las fuerzas productivas.

Así, desde mediados del siglo XX, y especialmente desde la Transición, la generación de unos amplios beneficios permitió elevar las condiciones de vida del conjunto del proletariado del Estado, integrando de esta forma a la clase trabajadora en el proyecto político de la clase capitalista. Este proceso no fue, por supuesto, únicamente económico, sino también político, y hundió sus raíces en la Transición, que mediante la apariencia de una refundación del Estado logró desarticular a la clase trabajadora e integrarla en el mismo. Señalamos todo esto porque nuestra situación actual no puede entenderse apuntando únicamente las deficiencias y los errores cometidos por el movimiento revolucionario, sino enmarcando estos desarrollos en el contexto histórico más amplio en el que se produjeron, en las limitaciones que este imponía, y en los efectos que a su vez tuvieron.

Pero esta conciliación entre trabajo y capital no puede durar eternamente. En las últimas décadas estamos asistiendo a la desaparición del relativo bienestar que había alcanzado la clase trabajadora bajo el capitalismo en Occidente. Y la causa última de todo esto es que gran parte de las condiciones que permitieron los altos niveles de rentabilidad detrás de los estados del bienestar ya no existen. El capitalismo, como señaló Marx, es crecientemente contradictorio, y la caída tendencial de la tasa de ganancia obliga a aumentar la explotación, tanto en los países subordinados al imperialismo como (y cada vez más) en aquellos que conforman el centro del mercado mundial.

Las medidas neoliberales que han marcado las últimas décadas son consecuencia de esta caída de la rentabilidad, y constituyen los intentos del capital por superarla, incrementando la tasa de explotación. Estas medidas neoliberales no dependen de la voluntad de tal político o tal partido, como intenta hacer creer la socialdemocracia, sino que responden a condiciones estructurales, a la necesidad del capital de valorizarse y mantener el ritmo de la acumulación. Y, por tanto, no pueden ser abolidas dentro del capitalismo.

Así, las propias contradicciones del capital empujan a una explotación cada vez mayor. Las condiciones de vida de la clase trabajadora del Estado Español ya no son las mismas que hace 20 años, y van a seguir empeorando. Esto se puede apreciar claramente en la tónica de las sucesivas reformas laborales, con el empeoramiento de las condiciones laborales y la generalización de la precariedad, en el progresivo recorte de las pensiones, en la decadencia y el bloqueo de los servicios públicos, etc.

Estas medidas suponen un contrapeso a la caída de la rentabilidad, pero no logran frenarla de forma definitiva. Funcionan más bien como parches, como ajustes que no pueden lograr del todo su objetivo, y que sólo sirven para seguir huyendo hacia delante en una carrera a ninguna parte. A esto se une un contexto internacional en el que se agudiza la competencia, y en el que Europa ve peligrar su posición de dominio imperialista. Por todo ello, se hace posible hablar de la existencia de una crisis crónica del capitalismo, en la que, a pesar de que el capital logra perseverar en su proceso de acumulación, no consigue relanzar su dinamismo, obligándose a impulsar medidas cada vez más agresivas en un contexto cada vez más complicado.

2. PROLETARIZACIÓN

A lo largo del siglo XX, como hemos dicho, la clase media se convirtió en el soporte principal de las democracias burguesas occidentales. El acceso de gran parte de la clase trabajadora al consumo de masas y a los servicios y la seguridad que proveían los estados del bienestar, ligado al crecimiento paulatino de los salarios reales y el desarrollo de la cultura de masas capitalista, lograron construir una mayoría social integrada en el modo de producción capitalista, que si bien era en gran parte asalariada, confiaba en el Estado capitalista y constituía el principal bloque político sobre el que descansaba el consentimiento hacia el mismo.

Sin embargo, el repliegue del estado del bienestar y el acrecentamiento de la explotación como respuesta a la caída tendencial de la tasa de ganancia ha supuesto el progresivo desgaste de esta clase media, que en las últimas décadas ha experimentado un proceso de creciente proletarización y polarización. Proletarización, en tanto que se produce un desclasamiento, una progresiva expulsión de aquellos sectores más vulnerables de la clase media. Así, cada vez más capas de la clase media ven rebajada su posición al aumentar su explotación, ven disminuida su capacidad de consumo y, en general, sus aspiraciones y posibilidades de desarrollo económico y social. Este desclasamiento implica el crecimiento del proletariado, de aquella clase que no posee más que su fuerza de trabajo, y cuyas necesidades no pueden ser resueltas en el interior del sistema capitalista. Y polarización, en tanto que este proceso no es homogéneo, y al tiempo que las capas inferiores de las clases medias pasan a integrar las filas del proletariado, las clases superiores aumentan su poder durante la crisis. Esta polarización de la clase media es exponente de la polarización general de la sociedad, con una burguesía que acapara cada vez más riqueza, y una clase trabajadora crecientemente explotada y empujada a los márgenes del sistema2. Entre medio, una clase media tendencialmente más exigua y a la defensiva, que lucha por mantener sus privilegios y tiende a asumir posiciones reaccionarias, de nostalgia por un supuesto tiempo mejor, y de búsqueda de chivos expiatorios, como las personas migrantes, las mujeres, el colectivo LGBTI o las “élites globalistas”. El crecimiento de la extrema derecha ha de ponerse en relación con estas transformaciones políticas y económicas.

Este proceso de proletarización relanza la urgencia de una estrategia socialista, al tiempo que amplifica sus posibilidades. El debilitamiento de las bases que han sustentado en el último medio siglo el régimen burgués en Occidente, y la creciente imposibilidad de integrar a sectores cada vez más amplios dentro del orden capitalista, generarán situaciones de inestabilidad que el movimiento revolucionario debe aprovechar para empujar más allá, hacia la ruptura con las posiciones reformistas y la autoorganización del proletariado como clase.

3. REPLIEGUE AUTORITARIO DEL ESTADO

En este contexto, las dificultades de valorización del capital se manifestarán en forma de crisis económicas, que pondrán al descubierto las costuras del estado del bienestar. En esta línea, es de esperar que el Estado cada vez encuentre más dificultades para mantener una influencia eficaz en todos aquellos ámbitos de la vida ciudadana que antes controlaba. Desde el mantenimiento de infraestructuras o la subvención de todo un abanico de actividades y servicios sociales y culturales, a las ayudas sociales o la sanidad y la educación públicas, llegando a cuestiones más fundamentales como la seguridad, prevemos que el Estado se retire progresivamente de aquellos espacios que resulten más costosos y menos funcionales a la acumulación del capital. La capacidad económica del Estado tenderá a hacerse más exigua, presionada por la debilidad fiscal, la inestabilidad política permanente y el peso del endeudamiento, y los ingresos se dirigirán prioritariamente a aquellos sectores más estratégicos para los intereses del gran capital. El “estado benefactor” que se proyectó desde finales de la Segunda Guerra Mundial abandonará sus ropajes y se concentrará en garantizar la acumulación y regular la creciente fuerza de trabajo sobrante, cada vez más proletarizada. En ese sentido, los ERTES o el Ingreso Mínimo Vital han de ser entendidos como mecanismos para sostener mediante subsidios mínimos a una creciente sobrepoblación relativa, evitando que esta desestabilice el orden vigente.

Sin embargo, que el Estado se repliegue en su faceta asistencialista o protectora no debe llevar a engaño. Hablamos de repliegue autoritario porque, al tiempo que reduce sus funciones más sociales, el Estado refuerza su brazo represor y coercitivo. Esto se debe a dos causas principales. En primer lugar, porque las crisis derivadas de la caída de la rentabilidad, y las medidas regresivas implementadas para superarla, acrecentarán la pobreza y las tensiones sociales. Es de esperar que aumente la conflictividad social y que el Estado afine sus herramientas para poder ponerle coto, garantizar el orden y acabar con aquellos elementos que resulten más subversivos. En segundo lugar, porque en un contexto internacional tensionado e incierto, con una posición privilegiada cada vez más inestable, el Estado español utilizará su poder para implementar las políticas económicas necesarias para mantener su posición. Esta tendencia ya es apreciable en algunos Estados occidentales, y va a acentuarse en el futuro. El Estado aumentará su intervención para proteger y dinamizar los capitales nacionales, planificando y movilizando todos los recursos que precise para impulsar la acumulación capitalista.

Esta retirada del estado protector abre nuevas posibilidades para el trabajo revolucionario. La creciente polarización y la descomposición del estado del bienestar debilitarán la eficacia de sus mecanismos propagandísticos y la adhesión de las clases populares al régimen, acrecentando las tensiones sociales. La labor de las revolucionarias y el desarrollo de una estrategia socialista en este momento marcará la diferencia entre la mera autodefensa ciega de la clase trabajadora y el avance de posiciones hacia la toma del poder. Además, el abandono de espacios hasta ahora ocupados por el Estado generará vacíos que puede llenar la autoorganización de la clase trabajadora, aunque también otros grupos reaccionarios, como la extrema derecha o los grupos religiosos.

4. LA CONTRADICCIÓN CAPITAL-NATURALEZA

A esta situación hay que añadir los efectos derivados de la agudización del cambio climático y, en general, de la creciente acentuación de la contradicción capital-naturaleza. Desde Purna, nos tomamos en serio esta contradicción, y damos validez a los estudios científicos sobre el cambio climático, el creciente agotamiento y degradación de los recursos naturales o la contaminación. Consideramos que estos procesos no son ajenos al destino de la clase trabajadora, y que deben ser integrados desde un análisis marxista en la estrategia revolucionaria.

En primer lugar, constatamos la imposibilidad de solucionar la contradicción capital-naturaleza dentro del capitalismo. La idea de una “transición ecológica” o de una “transición ecosocial”, que manejan desde posiciones socialdemócratas y reformistas, conduce directamente al engaño. La esencia del modo de producción capitalista está en contradicción con la preservación de un medio natural que permita la reproducción del capitalismo en el largo plazo. El modo de producción capitalista implica necesariamente la reproducción ampliada del capital a lo largo del tiempo, ante la cual se subordina cualquier otra consideración. Esto significa que el crecimiento capitalista no puede detenerse, y que los capitales individuales utilizarán cualquier elemento a su alcance para mantener su tasa de ganancia y no quedar rezagados en la pugna competitiva, aunque esto suponga, con el agotamiento de los recursos y la agudización del cambio climático, hacer peligrar el propio modo de producción capitalista en el largo plazo.

No hay, por tanto, “transición” posible dentro del capitalismo, sino profundización de las contradicciones, represión y reconfiguración geopolítica del orden mundial. Tampoco hay “transición” posible “hacia fuera” del capitalismo, como se plantea desde otras posiciones, que afirman de palabra la necesidad de “superación” del capitalismo, pero que parecen asumir que esta puede darse más allá de la lucha de clases, en una suerte de metamorfosis difusa y progresiva. Esta idea de transición ecológica o ecosocial, al igual que el reformismo socialdemócrata de principios del siglo XX, se basa en la posibilidad de un cambio de sistema ordenado y sin conflicto, o mejor dicho, de un cambio de sistema a través de un conflicto ordenado dentro de los límites burgueses. Desde Purna nos oponemos a estas concepciones idealistas y reconocemos que la superación del modo de producción capitalista no podrá ser nunca una “transición”, sino únicamente una revolución, que mediante el uso de la fuerza derribe a la burguesía y conquiste el poder para el proletariado.

Como hemos dicho, el imperativo de mantener la rentabilidad, de seguir el ritmo de la acumulación, vuelve al modo de producción capitalista incapaz de solucionar la contradicción capital-naturaleza. ¿Cuál es el escenario esperable en esta situación? En primer lugar, el progresivo agotamiento3 de determinadas materias primas, especialmente de aquellas que resultan estratégicas, como algunos minerales o como los hidrocarburos, tenderá a elevar los precios y afectará a la rentabilidad. Empujará a la baja, por tanto, la tasa de ganancia media, tensionando el proceso de acumulación del capital, lo que previsiblemente derivará en crisis económicas y en el aumento de la explotación del trabajo para contrarrestar esta caída.

En segundo lugar, el “boom” de las renovables y, en general, de la “lucha” capitalista contra el cambio climático, está creando nuevos mercados y nuevos espacios para la valorización del capital. Estos nuevos mercados, aunque se apoyan en el cambio de la demanda generada por la preocupación ante el cambio climático, se impulsan realmente por sus propias perspectivas de valorización, y suponen una huida hacia adelante del capital en su constante búsqueda de rentabilidad. Cabe destacar también la importancia de la competencia geopolítica, con los distintos bloques nacionales rivalizando por ganar posiciones a través de este nuevo sector en expansión, así como por asegurar su suministro energético.

En tercer lugar, la tasa de ganancia también se verá afectada por los daños provocados por fenómenos climáticos extremos, que cada vez se harán más frecuentes. Fenómenos como grandes tormentas, sequías, incendios, pueden provocar una gran destrucción, que afectará marcadamente a los sectores más desfavorecidos, y que puede afectar también al proceso de acumulación. Sin embargo, hay que señalar que algunos de estos fenómenos también generarán oportunidades de reconstrucción que supondrán nuevos espacios de valorización para el capital.

En cuarto lugar, se producirán otros fenómenos derivados del cambio climático y, en general, de la contradicción capital-naturaleza, que generarán fuertes tensiones y desestabilización. Cabe señalar aquí los grandes procesos migratorios motivados por el cambio climático, o el desarrollo de conflictos geopolíticos por el control de recursos naturales, entre otros.

Nada de esto implica la llegada de un colapso que lo derrumbe todo, como esperan desde algunas posiciones, que han hecho del colapso su figura mítica. Estas posiciones “colapsistas” no solo son tremendamente impotentes políticamente, sino también incorrectas. La acentuación de las contradicciones capital-naturaleza no se manifestará en la forma de un colapso total, sino de crisis sucesivas, en estrecha vinculación con otros fenómenos sociales, y que modificarán el escenario progresivamente. Es decir, la acentuación de la contradicción capital-naturaleza está directamente vinculada a la acentuación de la contradicción capital-trabajo, y se concretará en la forma de crisis económicas, subidas de precios, aumentos de la explotación de los trabajadores y trabajadoras, y, en general, en la forma de una creciente polarización social, indisolublemente ligada al proceso de producción capitalista y, por tanto, a las condiciones de vida de la clase trabajadora.

Por todo esto, la contradicción capital-naturaleza y sus manifestaciones, como el cambio climático o el agotamiento de determinados recursos, no pueden tomarse de forma aislada, sino únicamente en unión indivisible con el conjunto de contradicciones del modo de producción capitalista, y en concreto con la contradicción capital-trabajo y la caída progresiva de la tasa de ganancia.

En conclusión, en tanto que la lucha por superar la contradicción capital-naturaleza es inseparable de la lucha por la revolución y el socialismo, la estrategia a seguir es la misma que para esta última: autoorganización de la clase trabajadora, elevación del nivel de conciencia de clase, construcción de partido, revolución. Rechazamos las movilizaciones interclasistas desvinculadas de la lucha de clases y fácilmente absorbibles por el sistema, que asumen de fondo posiciones reformistas. La mejor forma de luchar contra el cambio climático es organizar a la clase trabajadora allí donde sea necesario, avanzando posiciones hacia la revolución socialista. No se debe negar la profundidad de este problema, sino tomarse en serio que la única solución al mismo es la lucha revolucionaria, y que no hay atajos posibles.

1 Utilizamos el término de “clases medias” en un sentido fundamentalmente político.

2 Hablamos de un proletariado “empujado a los márgenes del sistema”, no en el sentido de que no participe ya del modo de producción capitalista (al contrario, la explotación de su fuerza de trabajo sigue siendo fundamental para el mismo), sino de que queda desvinculado de los mecanismos de participación y generación de consenso del régimen burgués.

3 Por agotamiento no nos referimos a que de repente no queden más recursos que extraer, sino a que su extracción y aprovechamiento se hará progresivamente más costosa.

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