Último de los tres textos que recogen las conclusiones extraídas en la VIII Asamblea Nacional de Purna.
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INTRODUCCIÓN

El presente documento tiene por objetivo exponer la posición adoptada oficialmente por nuestra organización en su VIII Asamblea Nacional (febrero de 2022), al respecto de diferentes asuntos relativos a la cuestión nacional, repasando tanto consideraciones generales como su aplicación a nuestro contexto concreto (Aragón y el Estado español).

La voluntad de replantear nuestro posicionamiento ha venido motivada en buena medida por la necesidad de redefinir la estrategia organizativa en su conjunto, y eso implicaba necesariamente aclarar algunos aspectos que o bien nunca habían llegado a definirse, o bien se habían ido desdibujando con la propia evolución de la organización, que fue optando por soluciones terminológicas diversas a la hora de enfrentar la cuestión nacional(independentismo, aragonesismo revolucionario1, soberanismo2, etc.), en ocasiones sin que esta evolución fuese debidamente acompañada de una reflexión teórica adecuada, llevándonos a asumir ciertas renuncias tácticas pero sin que se concretasen nuevas vías.

Sin embargo, al margen de esta ambigüedad teórica, el debate y la reflexión colectiva en torno a la cuestión nacional no se detuvo, y especialmente durante los últimos años la militancia alcanzó posicionamientos más avanzados que los “oficiales” de la propia organización. Esto no es malo per sé, de hecho es síntoma de que el proceso de maduración militante va por buen camino, pero exige reengrasar la maquinaria y ponerla a la altura de las circunstancias. Por ello, la actualización del posicionamiento de la organización ante la cuestión nacional no es sino el reflejo de las intuiciones y conclusiones extraídas por la propia militancia durante el último período.

1. LA CATEGORÍA DE NACIÓN

En el crepúsculo del Antiguo Régimen, el desarrollo del comercio y la tecnología, la acumulación de capital y la optimización de la producción en talleres y fábricas posibilitaron a la emergente clase burguesa alzarse y disputar el poder a la aristocracia feudal. Por supuesto, el cambio de paradigma no fue repentino, ni pacífico, ni lineal. Fue largo, violento y contradictorio, y tuvo como colofón el nacimiento y desarrollo de un nuevo e innovador sistema económico: el sistema capitalista.

A su vez, en esta primera fase (ascensional) del capitalismo, el nuevo orden burgués necesitaba de estructuras políticas, administrativas, burocráticas y militares que tramitasen y protegiesen sus actividades e intereses económicos. Con este propósito nacen los Estados modernos, estructuras tiránicas privadas (en absoluto de propiedad colectiva), al servicio de la burguesía.

Además, al calor de este proceso se venía conformando una nueva clase social: el proletariado, universal como el propio capital y potencialmente revolucionario. El proletariado era y es la gallina de los huevos de oro de la burguesía; el inicio y el fin de su riqueza; la fuerza motriz que hace funcionar toda la maquinaria capitalista, pero también la palanca capaz de detenerla. En la vigorosidad y la organización del proletariado los burgueses podían vislumbrar su propio e inevitable final, su ocaso como clase. Así que mientras el proletariado podía imaginar un mundo sin burguesía, la burguesía no podía imaginar un mundo sin proletariado.

Por este motivo, la burguesía necesitaba neutralizar a las clases subalternas, captarlas ideológicamente, alienarlas y arrastrarlas hasta posiciones de docilidad y servilismo. Así pues, en paralelo a la construcción de los Estados burgueses, surgía la idea moderna de “nación”: un constructo artificial, imaginario, pero que apelaba al conjunto de la población de un territorio, la involucraba, y legitimaba ante ella la construcción del Estado, uniéndola bajo una bandera y un himno y exaltándola en su defensa (nacionalismo).

Además, la burguesía, consciente de que la mayor fuerza del proletariado reside en su naturaleza universal, al levantar los Estados nacionales logra fraccionarlo y dividirlo en parcelas político-administrativas (Estados) e ideológicas (naciones). Conseguir que las proletarias se identifiquen más con “su” nación que con su clase es la gran victoria de la burguesía. De esta manera, cuando los intereses de la burguesía corren peligro, esta no tiene más que ondear la bandera nacional y en torno a ella se agolparán hordas de miserables y explotadas, que embaucadas por la trampa nacionalista se volcarán en defensa de quienes las oprimen. Y no solo eso, en tanto que los intereses económicos de las burguesías de diferentes naciones pueden entrar en contradicción, una vez más, estas no tienen más que agitar la bandera nacional para inyectar a las clases populares el chauvinismo, la xenofobia y el odio entre pueblos, labrando el terreno incluso para enviar a las hijas de la clase trabajadora a inmolarse en los frentes de guerra donde se decide si prevalecen los intereses de una u otra facción capitalista. Por eso las comunistas son presentadas ante la población no simplemente como meras adversarias políticas, sino como las más peligrosas enemigas de la nación. Y ciertamente, más allá de su propaganda, hemos de asumir está en nuestro horizonte la destrucción de todas las fronteras, la abolición de todas las naciones y la confluencia de las trabajadoras de todo el mundo en una única y libre sociedad socialista universal.

Por otra parte, merecen mención especial en este punto dos categorías ligadas profundamente a la idea de nación y al sistema capitalista. El imperialismo, como fase monopolista, avanzada del capitalismo. Y el fascismo, como fenómeno de emergencia capitalista, desatado en momentos de crísis de la oligarquía para tratar de neutralizar cualquier posibilidad por parte del movimiento obrero revolucionario de impugnar el status quo burgués.

En conclusión, lo más importante que debemos entender para afrontar la cuestión nacional desde una perspectiva científica, es que la nación, más allá de mitos y leyendas, no es sino un producto histórico, transitorio, fruto de una época (el capitalismo ascensional) y una clase determinada (la burguesía).

2. LA CUESTIÓN ARAGONESA

I. Entre lo regional y lo nacional

Aragón es, a grandes rasgos y ateniéndonos a los parámetros marxistas-leninistas de nación3 (a los que con más regularidad se recurre para categorizar la cuestión nacional), una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de territorio, de vida económica y de psicología, con la peculiaridad de que no es, técnicamente y en principio, una comunidad de idioma, pues ha sido históricamente un país plurilingüe (aragonés-catalán-castellano). También es cierto que, a pesar de ser un país plurilingüe, las fronteras entre sus lenguas han estado tradicionalmente tan difusas que no han devenido en fronteras políticas, económicas o sociales, y la naturaleza lingüística diversa de cada zona no ha supuesto un impedimento para la construcción de una identidad compartida. De hecho, incluso al contrario, la identidad aragonesa contemporánea ha abrazado el plurilingüismo como un rasgo de la personalidad histórica y cultural de Aragón. Es decir, que podría decirse, con ese “pero”, que Aragón es una nación, o al menos que posee las características formales para llegar a serlo (desde un prisma marxista-leninista).

Sin embargo, como hemos apuntado en el punto anterior, las naciones son fundamentalmente un producto burgués, así que conviene entender previamente cómo surgen la burguesía aragonesa y el capitalismo en Aragón.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que el desarrollo industrial llega a Aragón con varias décadas de retraso con respecto a otros territorios vecinos, debido fundamentalmente al bajo grado de integración de la economía aragonesa en el mercado español, y va evolucionando o a un ritmo diferente al del resto de territorios, sin demasiada intervención española o extranjera hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, este hecho que mantiene a Aragón en un estado de subdesarrollo general permanente con respecto a los polos industriales de su entorno (Euskal Herria, Madrid y Catalunya), posibilita también que la burguesía aragonesa se desarrolle inicialmente de manera más o menos autónoma.

El primer sector industrial hasta cierto punto destacable en Aragón es la industria textil, que surge en el siglo XVI y se desarrolla más intensamente durante los dos siglos posteriores, aunque no sin dificultades. Las guerras de Sucesión (1701-1715) y de los Seis Años (1808-1814), unidas a otros factores, no facilitan el despegue industrial de Aragón, y no es hasta la segunda mitad del siglo XIX que empieza a conformarse una burguesía aragonesa propiamente dicha. Destacan en esta época las industrias metalúrgica, azucarera, textil, harinera, química, del mueble y eléctrica (en el Pirineo). El auge del capitalismo en Aragón propicia también la proletarización de Zaragoza4 y un rápido crecimiento del movimiento obrero. Para entonces, las corrientes federalistas ya habían formulado la idea de una República aragonesa5 integrada dentro de una federación española, y no es hasta la primera década del siglo XX -cuando la burguesía aragonesa está consolidada- que en torno a ciertos sectores (generalmente de la pequeña y mediana burguesía) emerge un aragonesismo político, inicialmente regionalista (y en ocasiones ciertamente reaccionario), pero que va evolucionando hacia un nacionalismo (eventualmente independentista) progresista y antifascista. Así pues, durante la década de los años 30 la izquierda nacionalista aragonesa, sin ser hegemónica (la alta burguesía era fundamentalmente españolista y entre el proletariado triunfaba la idea libertaria), goza ya de cierta influencia y operatividad, al nivel de liderar durante la II República el proceso autonomista en Aragón, con gran apoyo social, político e institucional. Sin embargo, el golpe de estado, la guerra6 , la dictadura franquista y la consiguiente represión acaban con esta primera ola del nacionalismo aragonés. Por otra parte, resulta importante mencionar que durante el Régimen fascista, la burguesía y la industria aragonesa pasan a ser absorbidas en gran medida por el capital español y extranjero. Y es fundamental tener eso en cuenta porque nos permite entender dos cosas:

1). Que los sectores más nacionalistas de la burguesía aragonesa, en su máximo apogeo a principios del siglo XX no llegaron a desarrollarse lo suficiente como para imponer y extender ampliamente un programa nacional.

2). Que en vistas al desarrollo de las fuerzas productivas hemos de prever que, con una burguesía regional convertida ya en un apéndice de la oligarquía central, difícilmente en Aragón podrá darse nunca un movimiento nacional o nacionalista de masas, y mucho menos podrá este tener un potencial revolucionario que podamos explotar.

En este sentido, podemos llegar a la conclusión de que, dada la derrota histórica de la burguesía aragonesa que frustró cualquier desarrollo nacional posible, Aragón se encuentra hoy en un estadio intermedio entre lo plenamente nacional y lo meramente regional, en parte a su vez fruto del complejo y hasta cierto punto también fracasado proceso de construcción nacional español. Si bien es cierto que en la actualidad existe un movimiento nacionalista, minoritario pero que goza de cierta salud e influencia, que se apoya fundamentalmente en sectores de la pequeña burguesía y la aristocracia obrera y que rara vez resulta conflictivo para el Estado (ni en el plano social, ni en el nacional).

No creemos, sin embargo, que esta sea una situación excepcional en nuestro entorno, pues bajo nuestro punto de vista coyunturas similares se dan también en otros territorios del Estado español como pueden ser Asturies, el País Valencià o Andalucía, entre otros. Países, como Aragón, con marcadas identidades propias, lenguas minorizadas y/o culturas alejadas de la “española”7 , que han posibilitado el surgimiento de movimientos nacionalistas con cierto impulso, pero que fruto de la decadencia de sus burguesías en favor de la española no han llegado a desplegarse efectivamente.

II. Construcción y contradicción identitaria en Aragón

Por otra parte, y más allá de que podamos concluir que el proceso histórico de construcción nacional de Aragón se haya desarrollado más o menos, resulta interesante y útil rastrear y entender el origen y el desarrollo de las identidades aragonesa y española, y cómo estas operan en la sociedad aragonesa.

En primer lugar, hay que entender que el corpus sobre el que se reconfigura la identidad aragonesa contemporánea se fija a finales del siglo XIX y principios del XX. En ese momento, sectores intelectuales impulsan un renacimiento político y cultural que “recupera” y reivindica ciertos asuntos históricos (la bandera, la Rebelión de 1591, el Justiciazgo, los Fueros, el antiguo Reino, etc.). Estos aspectos, unidos a otros de índole cultural o territorial (como las fronteras históricas del Reino, “fosilizadas” en forma de provincia tras la conquista castellana en 1707), posibilitaron la toma de conciencia del pueblo aragonés de ser una comunidad histórica, con una continuidad ininterrumpida durante siglos.

Así pues, la identidad aragonesa contemporánea se ha articulado en torno a la autopercepción del pueblo aragonés como comunidad histórica, su cultura, su territorio, sus símbolos y algunas de sus luchas más icónicas (como la lucha contra el trasvase del Ebro durante las últimas décadas, por ejemplo). Entendemos, sin embargo, que toda identidad es construida y abarca una multiplicidad de elementos que en muchos casos resultan difíciles de concretar. Por ejemplo, si bien “el territorio aragonés”, es un hecho racionalizable y delimitado históricamente por unas fronteras políticas, no podemos -o al menos entraña una dificultad importante- delimitar “la cultura aragonesa”. Pues la cultura aragonesa son unas lenguas, pero también una música, unas tradiciones o una producción artística, y todos estos elementos se extienden territorialmente sin atender a fronteras políticas, fundiéndose con otras culturas, renovándose, extinguiéndose y, en definitiva, evolucionando y transformándose constantemente a lo largo del tiempo y el espacio. Por eso, mientras el mapa de Aragón se mantiene estable desde hace siglos, la cultura aragonesa contemporánea posiblemente tiene poco que ver con la de hace trescientos años. Sin embargo, todas estas categorías, delimitables o no, más o menos transitorias o permanentes, operan en la construcción de la identidad colectiva del pueblo aragonés.

Por otra parte, tampoco se le escapa a nadie que tanto en Aragón como en el resto de territorios del Estado español existe una identidad española que si bien va conformándose desde principios del siglo XIX, adquiere su forma actual durante las primeras décadas del XX. Lo cierto es que, precisamente debido a un proceso dialéctico accidentado, el liberalismo español no fue capaz de imponerse exitosamente sobre la aristocracia feudal y acabó por integrarla en el seno de la nueva sociedad burguesa. Así, se conforma una oligarquía profundamente reaccionaria, monárquica, centralista y católica que no dudaría en desatar a la bestia del fascismo cuando vio peligrar mínimamente su poder. En este sentido, el nacionalismo español se construyó en oposición a lo que denominaron la antiespaña: sectores comunistas, anarquistas, republicanos, nacionalistas “periféricos” y antifascistas en general, y tras el golpe de estado de 1936, pudo imponer a sangre y fuego su relato irreal, fantasioso y acomplejado de la España monolingüe, gris y uniforme. Una idea de España que contrastaba con la realidad social diversa, plurilingüe y multicultural de los pueblos del Estado español. Así pues, el franquismo se esforzó en exterminar a la “media España” que no encajaba en sus encorsetados estándares nacionales y durante 40 años de dictadura moldeó esa idea prefabricada de España que no ha existido nunca más allá de sus pretensiones y que niega la realidad más evidente: que la península ibérica es un crisol de pueblos y culturas.

Más adelante, durante los últimos años de la dictadura, el hecho de que el capitalismo español se beneficiase y se consolidase al calor del Estado fascista, propició que los sectores más neoliberales y “aperturistas” del Régimen configurasen también su nacionalismo dentro de los estándares franquistas. Así pues, la mal llamada “Transición”, que supuso la plena incorporación del capitalismo español a la “Internacional capitalista”, construyó su idea de “la España democrática” partiendo de la idea de España que el fascismo había impuesto. Y de aquellos barros, estos lodos.

En el caso concreto de Aragón, nos encontramos con que el Estado español no ha sido capaz o no ha querido incorporar a su proyecto nacional una serie de hechos que sí constituyen parte del corpus de la identidad aragonesa, como puede ser su realidad lingüística, su cultura o su historia. Así pues, para el nacionalismo español las lenguas del pueblo aragonés son meros dialectos de la lengua nacional (el español), la cultura aragonesa es simplemente folclore regional, y la historia de Aragón solo se respeta en aquellos puntos que no choquen con el relato nacional y la mitología española (la Hispania romana, la “Reconquista”, los Reyes Católicos, etc.). Es en estas contradicciones donde podemos concluir que se da una opresión de tipo nacional, aún cuando como hemos visto la construcción nacional aragonesa no haya fructificado. En este sentido, la solución del nacionalismo español para integrar “lo aragonés” dentro de “lo español” ha pasado por “reinventar” la identidad aragonesa. Así, especialmente durante el Régimen franquista, el nacional-catolicismo impuso una visión de la “aragonesidad” cercenada y alienante. La manifestación más clara de esta intervención españolista sobre la identidad aragonesa fue la reinterpretación y el impulso de la mitología y la religiosidad “pilarista”8 con el objetivo de amputar de la conciencia colectiva del pueblo aragonés todos aquellos elementos de difícil asimilación para la “hispanidad” e incrustar otros que facilitasen el encaje de Aragón en el proyecto nacional español. Así, el nacional-catolicismo construyó la imagen de un pueblo aragonés “baturro”, religioso, conservador, servil y bien integrado en España y su economía.

Así pues, atendido todo lo anterior se hace posible afirmar que ha existido históricamente y existe actualmente una relación dialéctica y contradictoria en el desarrollo y la convivencia de las identidades que se dan Aragón. De todos modos, más allá de las cuestiones que entendemos que nos afectan de manera específica como pueblo, soportamos otras muchas opresiones que nos afectan como clase, como pueden ser la emigración, la despoblación, el paro, la precariedad, la desindustrialización, la desarticulación territorial, el terrorismo patronal o la represión política, entre muchas otras. Estas no son per sé manifestaciones de opresión nacional, si no consecuencias del desarrollo capitalista español, y son opresivas para la gran mayoría del pueblo aragonés (es decir, sus clases populares: obreras, campesinas, pequeña burguesía…), pero no para la totalidad de las aragonesas (mediana y gran burguesía, terratenientes, caciques…). De hecho, la oligarquía aragonesa es la primera beneficiada de vender Aragón a los intereses capitalistas del Estado español.

En conclusión, somos conscientes de que en Aragón operan dos identidades, hasta cierto punto contradictorias, aunque esto no implica ni que la mayoría de la población las perciba como incompatibles, ni que las manifestaciones opresivas específicas que se dan ocupen un lugar prioritario entre las preocupaciones del pueblo aragonés. De hecho, son cuestiones percibidas mayoritariamente como secundarias. En este sentido, no hemos de olvidar que el sentir mayoritario entre las aragonesas es, al mismo tiempo, aragonés y español, incluidos aquellos sectores que experimentan en mayor medida la opresión nacional, como pueden ser las hablantes nativas de aragonés o catalán. Y hemos de entender esto porque para desarrollar una estrategia efectiva, capaz de confrontar cualquier tipo de opresión, hemos de ser plenamente conscientes de la realidad sobre la que intervenimos y no caer en fetichismos e idealizaciones fantásticas, como ha sucedido especialmente entre los sectores nacionalistas, que por una parte han planteado su intervención partiendo de una visión falsa del pueblo aragonés, construida a imagen y semejanza de sus deseos y aspiraciones, y por otra han descuidado (si es que alguna vez han tenido interés en ella) la lucha por la emancipación de clase del proletariado.

3. Internacionalismo proletario y estrategia socialista

Durante los anteriores puntos hemos planteado la cuestión nacional, su problematización desde una perspectiva marxista y su traducción a la realidad concreta (aragonesa) en que nuestra organización actúa. Ahora, es el momento de concretar el modo en que Purna debe abordar esta cuestión, en línea con una estrategia socialista:

En primer lugar, remarcamos nuestra oposición frontal a toda forma de nacionalismo, sin que esta oposición implique una connivencia con las formas de opresión nacional que lleva a cabo el Estado español. Así pues, como organización revolucionaria, reconocemos y defendemos activamente el derecho de todas las naciones a la autodeterminación, y apoyamos las reivindicaciones que buscan acabar con el autoritarismo, la violencia y la imposición que ejerce el Estado español contra los pueblos total o parcialmente bajo su jurisdicción.

En este sentido, asumimos y entendemos las diferencias existentes que hay entre los nacionalismos de gran nación y los nacionalismos de nación oprimida, máxime si cabe en un período de desarrollo capitalista imperialista, en el que en no pocos casos la lucha de clases se canaliza a través de movimientos de liberación nacional, como puede ser el caso de los pueblos colonizados. Creemos que la lucha de las naciones oprimidas contra quienes las oprimen es absolutamente legítima, y la apoyamos en su causa. En primer lugar, porque reconocemos sinceramente su derecho inalienable a liberarse y desarrollarse sin injerencias, y en segundo lugar porque entendemos el potencial revolucionario que pueden albergar determinados conflictos de tipo nacional.

Sin embargo, esto no significa que debamos perder de vista nuestro verdadero objetivo. El horizonte socialista requiere no solo la liberación de todos los pueblos del mundo, sino la autodeterminación como clase del proletariado, y esto implica también la destrucción de todas las estructuras opresivas que lo fraccionan, incluidas las nacionales. Por eso, frente al nacionalismo burgués, propugnamos el internacionalismo proletario, es decir: la unidad obrera por encima de cualquier condición nacional. En este sentido, cualquier obrera socialista de una nación opresora debe reconocer y luchar por el derecho a la independencia de las naciones oprimidas, así como la obrera de la nación oprimida deberá entender que la otra no es en absoluto su enemiga, sino su potencial aliada, pues es la burguesía la enemiga verdadera de las proletarias de ambas naciones. Y es que mientras los intereses nacionales varían entre potencias nacionales y son motivo de enfrentamiento entre diferentes burguesías, los intereses del proletariado son universales. Sin embargo, esta universalidad no puede concretarse mientras se perpetúe la opresión nacional. Reivindicar el internacionalismo proletario va de la mano con el reconocimiento del derecho de autodeterminación, precisamente porque mientras el movimiento obrero no reaccione contra la opresión nacional y no reconozca los derechos democráticos de todos los pueblos, difícilmente podrá precipitar la convergencia del proletariado internacional.

A su vez, entendemos que la independencia nacional no puede entenderse de ninguna manera como un fin en sí mismo. Puede, en todo caso, ser una herramienta táctica si entendemos que es esta la vía más efectiva a la liberación del proletariado. No debemos confundir el reconocimiento activo del derecho de autodeterminación con la obligación de establecer tácticas independentistas a toda costa. Declararnos “independentistas”, en abstracto, sin enmarcar la acción en su contexto económico y político, resultaría en cualquier caso inútil. En este sentido, además, cabe afirmar que dada la coyuntura y el desarrollo histórico de las fuerzas productivas en Aragón, no creemos que el independentismo sea hoy por hoy la vía más adecuada para vehicular la lucha de clases en nuestro contexto.

De la misma manera, durante los últimos años hemos constatado que la emancipación de la clase trabajadora no es ni tan siquiera imaginable si se organiza de manera aislada y descoordinada en diferentes puntos del Estado, sino que requiere necesariamente de una estrategia común, unificada y que integre al conjunto del movimiento obrero revolucionario de todo el Estado. De hecho, las experiencias vasca y catalana demuestran que ni siquiera la independencia nacional es alcanzable mediante la lucha aislada en sus territorios. Por ello, creemos que la única vía hacia la emancipación del proletariado en nuestro marco pasa por organizarnos a los mismos niveles a los que se organiza la burguesía, y esto implica necesariamente propiciar la unidad de acción a nivel estatal9. Entendemos que hoy por hoy no se da el contexto para hacer efectiva esa unidad de acción, y por lo tanto asumimos que nuestro papel en el corto y medio plazo es trabajar para generar desde nuestro contexto y en la medida de nuestras capacidades las condiciones adecuadas para que llevar a cabo esa unificación estratégica del movimiento socialista internacional en el Estado español sea posible, entendiendo nuestra organización no como el principio ni el final de nada, sino como una herramienta más al servicio del proletariado.

4. Conclusiones

Durante la última década, la reivindicación nacional, desde un prisma involuntariamente nacionalista, ha determinado una parte importante de la praxis de nuestra organización. Somos conscientes de la tradición política de la que venimos y, de hecho, lejos de renegar de ella en abstracto, asumimos cada paso dado, para bien o para mal. Pero creemos que debemos ser autocríticas y entendemos que un mal análisis y una mala solución al problema nacional nos aleja de nuestros objetivos de clase.

Creemos que el pueblo aragonés conforma una comunidad histórica, que posee una identidad propia diferenciada de la española, y que posee las características formales necesarias para constituirse como nación. Creemos incluso que ese proceso se inició a principios del siglo pasado y fruto de ello se conformó un movimiento nacionalista que ha tenido un cierto desarrollo histórico y creemos que existen una serie de opresiones específicas que podemos entender como de tipo nacional. Sin embargo, entendemos que debido al devenir de las fuerzas productivas en el Estado español ese proceso de construcción nacional quedó truncado, estancando a Aragón en un estadio de desarrollo nacional intermedio, poco avanzado y con pocas previsiones de cambio. Entendemos que la independencia no es hoy por hoy una demanda del pueblo aragonés y no creemos que desplegar una táctica independentista tenga sentido en nuestro contexto. Tampoco creemos que sea nuestro papel como comunistas la reivindicación nacional, más allá de visibilizar y combatir aquellas opresiones específicas que como pueblo sufrimos, del mismo modo que debemos hacer con aquellas que sufrimos como clase.

Por otra parte, entendemos que el Estado español también es un proyecto nacional fallido, y como suele decirse, una cárcel de pueblos. Un proyecto burgués imperialista que atenta contra la riqueza cultural ibérica y que somete al proletariado bajo su jurisdicción, y creemos que nuestro deber es combatirlo hasta hacerlo caer. El Estado español es el marco político fundamental desde el que se organiza el poder de clase de la burguesía en nuestro contexto, y creemos que es de imperiosa necesidad para su confrontación ya no solo la coordinación entre las fuerzas revolucionarias de cada territorio, sino la unidad estratégica. En este sentido, aprovechamos para ratificar nuestra ruptura con el nacionalismo y reivindicamos un internacionalismo proletario real, que se organice a los niveles necesarios para poder hacer frente al poder del capital a la escala que obligan las circunstancias.

Por último, asumimos nuestra posición histórica al final del hilo del aragonesismo político como un deber: coger todo lo aprendido en más de un siglo de republicanismo aragonés y ponerlo al servicio del movimiento obrero. Es hora de transformar el movimiento aragonesista en movimiento socialista revolucionario, aragonés por condición, pero con vocación universal. /

1 VII Asamblea Nacional de PURNA (Barbastro, 2019).

2 VI Asamblea Nacional de PURNA (Zaragoza, 2017).

3 El marxismo y la cuestión nacional. (1913) I. Stalin.

4 Zaragoza constituía el segundo mayor núcleo anarquista del Estado español (solo tras Barcelona), llegando a ganarse el apelativo de “la perla del sindicalismo”.

5 La Constitución Federal del Estado Aragonés (1883) fue un proyecto constitucional para una eventual República aragonesa, integrada en una federación española.

6 Durante la guerra cabe mencionar la experiencia del Consejo Regional de Defensa de Aragón, un gobierno autónomo del Aragón “liberado” que pese a acabar confrontando con los aragonesistas “clásicos”, se vio a sí mismo como una herramienta del pueblo aragonés contra “siglos de sometimiento a un poder despótico y centralizador”.

7 Damos por hecho que no existe una “cultura española” como tal y por eso entrecomillamos. Hacemos referencia al constructo artificial, fabricado mediante la apropiación de elementos culturales de diferentes pueblos del Estado español (fundamentalmente el pueblo castellano y el pueblo andaluz) que tradicionalmente se ha vendido como “cultura española”.

8 Véase la invención de la ofrenda de flores, la difusión de mitos como el de las bombas republicanas sobre la Basílica del Pilar, la confusión intencionada entre el día del Pilar y el día de la Hispanidad, el Rosario de Cristal, etc.

9 Salvando las distancias, Lenin defendió fervientemente la confluencia de todo el proletariado que viviese bajo el Estado ruso en una sola organización proletaria internacional, independientemente de la nacionalidad de cada obrero, debiendo ser esa organización absolutamente tolerante con todas las lenguas y culturas de sus integrantes, y adaptarse a la realidad de cada nación.

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