Segundo de los tres textos que recogen las conclusiones extraídas en la VIII Asamblea Nacional de Purna.
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INTRODUCCIÓN

En el siguiente texto se presentan algunas de las cuestiones estratégicas que se han abordado en la VIII Asamblea Nacional. Tratamos aquí, por separado, varios problemas que se han revelado fundamentales para nuestra organización: la necesidad de construcción de un partido revolucionario en Aragón, la forma organizativa, la necesidad de formación y la estrategia internacionalista. Todas estas cuestiones poseen una gran importancia y habrán de ser tratadas con más profundidad en el futuro, en conexión siempre con la práctica y con la coyuntura en la que nos encontremos.

El objetivo principal de Purna es la toma del poder político por parte del proletariado y la construcción del socialismo. Esto nos permite enmarcar en qué contexto o campo operacional se desarrollará nuestra estrategia y cómo podemos lograr el objetivo final mediante las herramientas con las que contamos. Es necesario, pues, partir de un análisis riguroso para conocer nuestras limitaciones y potencialidades políticas, en la búsqueda de ajustar nuestra práctica al sentido de nuestro tiempo histórico y social.

Valga, pues, que la estrategia no es la definición concreta de los quehaceres revolucionarios sino la orientación general de nuestra práctica política que más tarde y en relación a la realidad material y social concreta, debe definirse en un contexto que es permanentemente cambiante. El sentido que tiene la elaboración de líneas estratégicas es el de orientar la práctica de acuerdo a los elementos profundos y de largo recorrido que operan en la historia y la sociedad de clases. Es decir, señalar una dirección más o menos amplia donde sea la táctica (y no la estrategia) la encargada de delinear las operaciones más concretas del proceder político. La estrategia requiere un análisis profundo y sosegado de la realidad material que nos concierne y determina en el largo recorrido; y la táctica requiere la agilidad y el buen hacer operacional de la refriega social.

Desde Purna, establecemos la necesidad de construcción de un partido revolucionario. Aunque subrayamos la importancia de la construcción de un partido en Aragón, reconocemos que esta no puede ser una tarea inmediata, y que la prioridad es crear las condiciones para que este paso pueda llegar a producirse en el futuro, al tiempo que desarrollamos un trabajo militante efectivo y orientado estratégicamente.

Afirmamos, así, que la organización debe consagrar su actividad política a aquellas luchas donde la clase obrera pueda avanzar realmente en el cuestionamiento del poder político de la burguesía. Esto no excluye per se ningún frente, pero sí ordena priorizar algunos para el momento histórico que nos ocupa. Tal y como hemos venido describiendo, lo que orienta la selección de estas luchas es un criterio bien simple: demandas profundas, subyacentes y ampliamente compartidas por la clase obrera, a las que la clase dominante y su poder político no pueda dar respuesta en este momento histórico. Estas son las luchas que por contexto histórico, social y geográfico permiten hacer avanzar las posiciones de clase en la medida en que serían “llamas que no pueden ser extinguidas”. Como sabemos, el poder político capitalista cuenta con innumerables herramientas para apagar las llamas y rescoldos de la lucha de clases. Sin embargo, sus parches nunca van a ser suficientes dentro de un contexto y un momento histórico de crisis crónica que no permite la resolución general de los conflictos profundos de clase.

1. LA NECESIDAD DEL PARTIDO

Asumiendo como objetivo final la construcción del socialismo y la toma del poder por parte de la clase obrera, no podemos sino acudir a las experiencias históricas que se han desarrollado en este sentido. No hacerlo sería caer en un adanismo que no haría sino lastrar nuestra tarea. Así, podemos seguir una premisa principal que se sigue de la historia revolucionaria del movimiento obrero: la revolución requiere de una organización que la prepare, la oriente y la dirija; tanto en un estadio insurreccional (eliminación de la legitimidad y el poder burgués) como en un estadio creativo (construcción de la sociedad socialista). Entendemos este principio como fundamental, evitando de este modo el viejo debate sobre la potencialidad revolucionaria del espontaneísmo de las masas.

La sociedad de clases y el gobierno del capital generan las condiciones revolucionarias, pero estas no pueden ser explotadas si no existe una organización encargada de dirigir e impulsar dicho proceso. Es necesaria, siguiendo a Lenin, una organización de revolucionarias profesionales. Esta sirve para superar los límites de la expresión más ruda de autoorganización sindical obrera y movilización espontánea de queja y respuesta ante la explotación del capital. La organización, que es el partido revolucionario, eleva políticamente las demandas materiales de la clase obrera y las orienta hacia la toma del poder político y la construcción del socialismo.

Si es necesario un partido de “revolucionarias profesionales” es porque bajo el capitalismo, la dirección ideológica y cultural del proletariado la ejerce la burguesía. La clase obrera no puede simplemente por sus propios medios competir en igualdad de condiciones con toda la maquinaria ideológica y propagandística de la burguesía, que no tiene entre sus apologetas simplemente a los elementos más histriónicos y reaccionarios, sino también a aquellos que dicen compartir y defender la causa de los trabajadores. No asumir esta inferioridad permanente de la clase obrera para superar su propia alienación es entrar dentro del juego socialdemócrata y burgués de creer que simplemente con el ejercicio político partidista (y por ende electoral) se puede alcanzar el éxito. Solo en algunas condiciones concretas, aquellas en las que estallan las contradicciones de clase y caen las máscaras de la propaganda, se puede superar esta limitación estructural. Es lo que genuinamente se denomina “momento revolucionario”.

De este modo, la causa revolucionaria debe armarse organizativamente y mejorar cualitativamente. Esto pasa necesariamente por la puesta en marcha de un partido revolucionario que aúne a los cuadros políticos más avanzados de la clase obrera, que sepa leer acertadamente la coyuntura, que forme en la teoría y la práctica a sus militantes, que esté correctamente posicionado en las organizaciones obreras de masas y que tenga la determinación para oponerse al poder burgués. En ausencia de este partido -y está claro que en el contexto aragonés y del Estado español no existe-, es una tarea ineludible para las revolucionarias poner las condiciones necesarias para que este pueda llegar a existir.

Es importante conocer la dimensión de la tarea que requiere la puesta en marcha de una organización de estas características. Se trata de algo profundamente complejo, que debe nacer de unas condiciones concretas, y que no se soluciona con la mera fundación simbólica de un nombre o unas siglas. Sin las condiciones adecuadas y sin la coyuntura social e histórica adecuada, el partido revolucionario no puede darse o solo es una caricatura de sí mismo. Tampoco podemos fijarnos en aquellos partidos que adoptan la forma, la práctica y la ideología socialdemócrata, enfocando sus operaciones al movimientismo y lo electoral. Ese tampoco es el partido de las revolucionarias. Es la lucha obrera y la conciencia que nace con esta la que impulsa materialmente la posibilidad del partido comunista.

Del mismo modo que no podemos sino contrastar la necesidad de un partido revolucionario que guíe la acción política para la causa del socialismo, tenemos que aceptar que para que este se desarrolle deben darse unas condiciones específicas. Y entre estas condiciones se cuenta la de la existencia de una masa crítica suficiente de cuadros políticos formados y en contacto suficiente con la realidad de las masas trabajadoras. La labor de la formación de cuadros es un trabajo ingente que requiere esfuerzo y tiempo, que no solo obedece a una formación teórica sino a la relación entre esta y la práctica política. El partido es la mejor herramienta para la formación de cuadros políticos “profesionales”, pero sin un mínimo de estos no puede formarse el partido.

A la luz de nuestras propias posibilidades y limitaciones se hace difícil pensar que a día de hoy estemos capacitadas para que desde nuestra organización se pueda poner en marcha este partido revolucionario. Asumimos con humildad que no somos ni cuantitativa ni cualitativamente capaces de desarrollar esta tarea como es debido y es por tanto que, sin cejar en nuestro empeño revolucionario, debemos contribuir a que se den las condiciones para el surgimiento de este partido desde nuestra propia práctica y estrategia política. Precisamente desde nuestras limitaciones podemos vislumbrar qué caminos podemos seguir para avanzar en este sentido y cuáles son las contribuciones que podemos hacer.

El partido del proletariado no es, sin embargo, una herramienta que se aferre a prejuicios territoriales. El ámbito de actuación de Purna es Aragón. Sin embargo, tal y como hemos señalado, las dinámicas políticas y sociales en nuestro pueblo están vinculadas a las dinámicas generales del Estado español, como consecuencia de un proceso histórico que las subordina y una oligarquía local totalmente integrada dentro de la central. Los procesos de integración dentro de la Unión Europea no han hecho sino ahondar en este proceso y hacer que el peso de Aragón como marco de la lucha de clases sea cada vez más tenue.

Desde Purna, entendemos que el partido revolucionario es un partido internacional de la clase proletaria, y que solo en la medida en que atiende a una estrategia concreta se desarrolla particularmente en cada territorio. Según las condiciones que hemos analizado y la correlación de fuerzas de clase actuales en Aragón no creemos que se den las condiciones inmediatas para la formación del partido revolucionario en nuestro país. Sin embargo, esto es así de manera análoga y en paralelo a la falta de madurez y de solidez política que existe en las fuerzas revolucionarias en el resto del Estado, donde tampoco se dan las condiciones adecuadas para la formación del partido comunista.

Sería erróneo fetichizar nacionalmente la causa del socialismo, especialmente en un momento histórico donde los marcos de los Estados nacionales tradicionales están siendo puestos a prueba por las nuevas estructuras imperialistas y supranacionales que representan a una oligarquía regional-europea y globalizada. Europa es cada vez más un marco específico de lucha de clases, igual que lo es el Estado español para el pueblo trabajador aragonés, que no se enfrenta únicamente a su cacicado local sino a la oligarquía central española y la élite capitalista europea.

En este sentido nuestra labor como organización revolucionaria aragonesa es poner las bases para que el partido del proletariado pueda existir en Aragón, sin entender que este juegue un papel específico o diferente al resto de la causa socialista, pero sin someterlo a un proceso centralista o europeísta. Nuestra labor estratégica es poner las condiciones para que el partido revolucionario surja en Aragón independientemente de si este proceso se da en otros territorios o en el conjunto del Estado. Asimismo, si surgiese esa posibilidad, debemos contribuir a la formación del partido y el desarrollo de la estrategia socialista en otros territorios fuera de Aragón.

Hay que entender, no obstante, que la conquista del poder político en Aragón es imposible precisamente en la medida en que Aragón carece de poder político real aparte del que le concede coyunturalmente el ordenamiento legal del régimen oligárquico español. Un eventual partido revolucionario aragonés no podría, por ello, llegar a su meta de la toma del poder político por parte de la clase obrera si no fuera en alianza, coordinación y en unidad con partidos hermanos en otros territorios dentro y fuera del Estado español.

2. LA CUESTIÓN DE LA ORGANIZACIÓN

Uno de los elementos a los que tratamos de dar respuesta es la constatación de que una parte importante de la militancia progresivamente ha ido desgajándose del trabajo político de la organización. Esto siempre ha sido una cuestión importante para las organizaciones juveniles, en la medida en que el relevo generacional ocurre de manera más asidua que en las adultas y que es necesario un recambio constante de cuadros. Sin embargo, las organizaciones revolucionarias parecen haberse anclado al identitarismo y el guetismo, haciendo imposible su perdurabilidad sin una estructura económica detrás que las respalde.

En este contexto es un hecho corriente que de manera constante y estructural muchas personas militantes dejan de serlo en cuanto pasan a un tipo de vida más adulta que la estudiantil/juvenil. Si bien esto responde a la situación general de la izquierda, también obedece a otros elementos como la falta de formación política o la alienación. Pero, sin embargo, tiene como causa principal la falta de un referente político principal desde el que desarrollar el tipo de militancia que requiere una “vida adulta”. No se trata únicamente de que la militancia juvenil no sea adecuada para las generaciones adultas, ya que tampoco para las generaciones más jóvenes el tipo de militancia, análisis y práctica política llevada a cabo hasta ahora puede ser considerada como la más adecuada. La práctica política tiene que ser la adecuada para todos los militantes independientemente de su generación.

Siendo así y en relación a lo expuesto en el apartado anterior sobre la necesidad del partido revolucionario, elaboramos aquí una propuesta estratégica que ha de ser desarrollada con detenimiento en el futuro. Dado el decaimiento de una estrategia movimientista y la falta de un referente político para aquellas personas que terminan su etapa de militancia juvenil, es necesario que seamos nosotras mismas las encargadas de configurar relativamente ese espacio de acuerdo a algunos principios estratégicos.

Si bien, como hemos dicho, no estamos capacitadas para la construcción del partido revolucionario, tampoco podemos asumir pasivamente que no hay nada que hacer al respecto y, o bien difuminar el carácter juvenil de Purna, o bien disgregar o abandonar la militancia al finalizar la etapa juvenil. Unido a ello hay que comprender que nuestro espacio político no agota ni por asomo todo el espectro político revolucionario de nuestra clase, sino que comprende tan solo una minoría dentro de este. Y que militancia revolucionaria o con potencialidad de ello hay aquí y allá y que nosotras no podemos sino contribuir a que finalmente toda ella acabe unificándose dando lugar al partido. Pero no en una unidad partidista o de coalición como suelen pontificar los reformistas y electoralistas socialdemócratas sino en una unidad afianzada en la propia práctica y experiencia de lucha de la clase obrera. En ese sentido, ni la unidad ni la organización pueden ser objetivos en sí mismas, aisladas del desarrollo de una estrategia y una práctica revolucionaria comunes. La unidad por la unidad, o la organización por la organización, sólo pueden llevar a callejones sin salida, destinadas a fracasar o, peor aún, a osificarse en estructuras huecas e impotentes.

En otras palabras, nuestro objetivo estratégico pasa necesariamente por la configuración de un partido revolucionario que nazca de la experiencia de las propias luchas de clase, donde las militantes se encuentran, se forman y aúnan análisis y criterios prácticos comunes que son la base para una organización revolucionaria. Por tanto, el partido es necesario, pero no su creación artificiosa sino su surgimiento desde el propio proceso histórico en el que se encuentra nuestra clase. Nuestra tarea, como ya hemos dicho, es contribuir a que se den las condiciones para ello.

Y para contribuir a que esas condiciones se den necesitamos estar organizadas como un actor colectivo aplicando las enseñanzas que nos han dado nuestra trayectoria común y un método de análisis científico sobre la realidad de la lucha de clases en nuestro país. Nuestra contribución debe pasar por evitar la pérdida de manos, mentes y voluntades militantes entre el pesimismo o nihilismo individualista y el reformismo que propicia la superestructura capitalista de nuestra época. Recoger, pues, toda la experiencia acumulada y las enseñanzas frutos de nuestros errores pasados para contribuir humildemente al avance de posiciones de nuestra clase.

Y debemos hacerlo siguiendo distintos criterios que consideramos fundamentales:

I) Entendiendo las condiciones concretas reales de la lucha de clases en nuestro contexto. Siendo Aragón una región del interior de un Estado imperialista de la semiperiferia europea. Con una sociedad devastada por ochenta años de reacción capitalista y con unos agentes izquierdistas que abanderan orgullosamente la derrota ideológica histórica de la causa revolucionaria y han abrazado la política burguesa como única vía para el cambio social. Entendiendo, pues, que en este momento no se dan circunstancias para un momento revolucionario y que partimos con una enorme desventaja. Pero sabiendo que en algún momento esto puede cambiar, haciendo del Estado español un eslabón débil en la cadena imperialista que facilite la labor revolucionaria.

II) Que la causa revolucionaria es ante todo internacional y que esto no solo se traduce en el marco territorial en el cual podemos o aspiramos a intervenir, sino que nuestra posición internacional determina en buena medida el tipo de práctica política que podemos o debemos desarrollar. Haciendo nuestra la causa antiimperialista alejada de criterios izquierdistas o conservadores y entendiendo que es precisamente el imperialismo el fenómeno a través del cual se expresa la lucha de clases a escala internacional.

III) La prioridad máxima de nuestra labor revolucionaria es elevar la conciencia de la clase obrera para convertirla en el sujeto que lidere la transformación revolucionaria de la sociedad. La conciencia de clase solo puede elevarse mediante el avance de posiciones en la lucha de clases, y para ello es preciso que la clase y la militancia revolucionaria se bregue en todas las batallas políticas que se den en contra de la burguesía y su Estado. Sin luchas, con sus victorias y sus derrotas, pero sobre todo con toda la experiencia organizativa e ideológica que nos ofrecen, no puede haber cambio revolucionario.

IV) Y para llevar a término esas luchas solo podemos implicarnos directamente como militantes; sufriendo, organizando, ganando, perdiendo y compartiendo el destino de nuestra clase. Solo con ello tenemos un campo amplísimo de trabajo político al que dedicarnos y que justifican y explican la necesidad de nuestra organización. Debemos estar presentes en todas las luchas políticas que dé la clase obrera, priorizando estas sobre los frentes políticos propagandísticos o culturales por convenientes o justos que estos sean.

V) Nuestra labor no puede desarrollarse en solitario, sino que tenemos que tejer alianzas con otros grupos militantes que compartan nuestro análisis, táctica y en la medida de lo posible estrategia; que cubran aquellos frentes donde nosotros no podamos llegar y con los que compartamos no solo la lucha del día a día de nuestro pueblo sino también encuentros sinceros a nivel de análisis, formación y debate político.

Señalamos aquí únicamente la importancia de aplicar un modelo organizativo eficiente. Creemos que esta es una realidad a resolver en la práctica, pero algo más esclarecida en la teoría, donde desde hace mucho conocemos y hemos aprobado la necesidad de la representación y la delegación como herramienta básica para avanzar organizativamente y darle más importancia a la intervención política por encima de los dogmas liberales y socialdemócratas. Los problemas son, como cabía esperar, fruto de la dificultad de aplicar modos organizativos eficientes en la práctica, que acaban por ser aplastados por las dinámicas conocidas y omnipresentes en la izquierda sesentayochista. No obstante, nos permitimos, pues no hay una única manera correcta de hacer las cosas, aclarar ciertos puntos generales que son esenciales para un correcto modelo organizativo:

I) Una organización de cuadros no debe ni puede tener el mismo modelo organizativo que una organización de masas. La formación es clave en cómo la militancia hace uso y abuso de los órganos y se comporta en determinada arquitectura orgánica. La formación y la madurez dan la responsabilidad y el conocimiento para optimizar cualquier modelo organizativo que, por supuesto, debe ir adaptado a los objetivos que se pretenden conseguir.

II) La eficiencia debe ser el objetivo principal de cualquier arquitectura organizativa. Debe buscar sacarle partido al tiempo, la motivación y las capacidades de la militancia para ser especialmente efectivas en la práctica y la intervención política. Esto requiere de la dirección un profundo conocimiento, personal y político, de la organización y sus integrantes.

III) Una organización de cuadros debe abandonar la tendencia adoptada por las tendencias liberales en la izquierda occidental posteriores a Mayo del 68. Estas son propias de sectores contraculturales pretendidamente alejados de la realidad de la clase obrera y de hecho no representan ni al anarquismo maduro histórico o de nuestros días. La delegación, los cuadros y el liderazgo son elementos democráticos imprescindibles que no pueden ser sustituidos por la forma asamblearia, que ha demostrado su ineficacia en este tipo de organizaciones.

IV) La organización por células es la experiencia histórica más eficiente conocida para una organización de “revolucionarios profesionales”. Se sigue un principio de organización en los sectores que la militancia vive o a los que, por medio de su organización, va a dedicarse. Por tanto, la forma orgánica básica es aquella que representa la acción local sobre una realidad social determinada (centro de trabajo, estudio, barrio, pueblo…).

V) La dirección se dedica a ejecutar en la táctica los acuerdos estratégicos que la organización ha decidido democráticamente en un proceso asambleario de análisis, debate y acuerdo. Tanto dirección como estrategia nace de esos acuerdos, pero no deben ser cuestionados sistemáticamente fuera de periodo asambleario porque esto dificulta y entorpece toda intervención política. Acordamos una línea en conjunto, la seguimos en conjunto, después analizamos su ejecución y conveniencia y, si se considera, la cambiamos, pero siempre en conjunto. El fraccionalismo (que no las diferencias ideológicas) contraviene la práctica revolucionaria de la organización y solo es factible en el seno de la socialdemocracia electoralista.

VI) La organización, sus cuadros dirigentes y sus órganos, no pueden descuidar el encuentro, la camaradería y la formación de la militancia. Todo lo relativo a la vida interna debe ser atendido como un objetivo más en la medida en que la organización puede caer en el riesgo de ser una “organización de solitarios desconocidos”, lo que finalmente revierte en su ineficiencia. Tradicionalmente esto se producía por la adaptación de la organización a las propias dinámicas del proceso social, pero a día de hoy no podemos darlo por hecho porque las condiciones culturales han cambiado.

3. LA FORMACIÓN

Más allá de las necesarias tácticas de intervención revolucionaria, disponemos de herramientas que en muchos casos aparecen como verdaderas necesidades. Es el caso de la formación, que es un elemento fundamental para el desarrollo de la organización y para aclarar los modos correctos de intervenir y avanzar posiciones en y para nuestra clase. La formación es lo que faculta a la militancia revolucionaria para una práctica eficaz y para poder ejercer la labor de liderazgo en el proceso social.

En ese sentido, nuestros esfuerzos han de ir dedicados a diferentes elementos clave. Por un lado, es urgente afianzar el proceso de maduración ideológica mediante los procedimientos de formación, análisis y debate. La referencia a la formación política es una constante en los partidos y organizaciones revolucionarias, pero no siempre se ha entendido de la manera correcta, pues no hace referencia únicamente a una formación teórica de la militancia dentro del arte revolucionario o de una determinada bibliografía canónica. La formación cumple un papel en el proceso dialéctico en la medida en que supone ese ejercicio a través del cual el sujeto toma autoconciencia de su papel histórico. Y esto solo puede conseguirse a través del análisis constante de la práctica política y el devenir histórico. La formación no es únicamente la lectura, aunque esta sea una herramienta indispensable. La formación es extraer las lecciones correctas del periodo histórico y la realidad social que vivimos, y de estas lecciones obtener los criterios adecuados para una intervención práctica eficiente. Por tanto, la formación no es solo la obtención de las herramientas y aprendizajes del pasado, sino la aprehensión consciente y científica de nuestra práctica política. Este ir y venir entre la práctica y la teoría es lo que fomenta la maduración política de la organización revolucionaria. Es en esa intervención directa sobre la clase y sus luchas donde entendemos nuestro mundo y sus potencialidades; y es en esa práctica sobre la que se fundamenta la formación política de la militancia.

Entendemos que la intervención revolucionaria debe sostenerse sobre dos patas. Por un lado, en la intervención directa sobre la realidad de la clase trabajadora, entendiendo y compartiendo sus problemáticas, dentro de luchas activas que ya movilicen o puedan movilizar al proletariado. Y, por otro lado, en el análisis, la formación, el debate y las conclusiones sobre la realidad política en la que se interviene. No existe práctica sin formación ni formación sin práctica, y en este sentido debemos trabajar también en el lado “interno”, valiéndonos de nuestra experiencia práctica para nutrir nuestro análisis y nuestra formación política sobre la realidad social de nuestro tiempo. Necesitamos intervenir para percibir y analizar y debatir para entender. No nos vale una práctica ciega ni una formación desde la torre de marfil. Así, lo que debe estructurar internamente a la organización ha de ser este proceso de toma de decisiones en cuanto a lo que militar e intervenir supone. La vida interna de la organización ha de ser mayoritariamente el análisis, la formación y el debate político sobre la propia intervención y la realidad social; y no una referencia constante sobre abstracciones democratistas que son fiel reflejo de la cultura política socialdemócrata y reformista.

Para lograr este objetivo de formación la organización debe poner en marcha todos los mecanismos que sean necesarios. Para una organización juvenil resultan especialmente importante los lazos de camaradería que permiten una transmisión generacional del aprendizaje y la formación, así como de las prácticas de intervención política. Con el fin de evitar los sesgos liberales e individualistas es preciso afianzar el encuentro y la formación como una práctica interna de la vida orgánica, único camino para evitar que la organización se convierta en una suma de individualidades y que pueda avanzar verdaderamente en tanto que cuerpo u órgano político. Hay que comprender, pues, que los análisis que la organización hace de la realidad social y política dependen de la madurez formativa con la que la militancia aborda los debates que dan lugar a las conclusiones analíticas, y dar prioridad, por tanto, al ejercicio de la formación.

4. LA CENTRALIDAD DEL INTERNACIONALISMO

Consideramos que la emancipación de la clase trabajadora no puede triunfar mediante la lucha aislada y descoordinada en algunos pueblos del Estado, sino únicamente mediante la unión y la lucha del conjunto del proletariado del Estado español e internacional. El poder del capital se encuentra estratificado e internacionalizado, de modo que la lucha no puede limitarse a aquellos marcos en los que tenemos capacidad de acción política inmediata. Debemos atender a aquellos marcos en los que se organiza el poder del capital para poder desarrollar la lucha de clases a la misma escala. Por ello, creemos que la única vía hacia la emancipación del proletariado en nuestro marco pasa por propiciar la unidad de acción a nivel estatal, europeo e internacional.

En este sentido, entendemos que, en el corto y medio plazo, es responsabilidad de nuestra Organización trabajar por la reconstrucción en Aragón del movimiento socialista, integrado este en una estrategia común e internacionalista del movimiento revolucionario en el conjunto del Estado español, sea cual sea la forma de articulación concreta que requiera este objetivo.

La estrategia para configurar un movimiento revolucionario y proletario internacional en estos ámbitos puede variar. Sin embargo, en las actuales circunstancias consideramos prioritario realizar una labor de encuentro y acercamiento a diferentes organizaciones con las que compartamos planteamientos, dentro de nuestro territorio y fuera de este, con la intención de tejer alianzas sólidas y de componer un movimiento revolucionario internacional que pueda nutrir mutuamente de experiencias, conocimiento y avances organizativos a las diferentes militancias. No consideramos que en el presente ni en el futuro cercano se den las condiciones para la creación de un partido revolucionario en el Estado español, como tampoco se dan en Aragón y ni de lejos en Europa. Pero es preciso ir dando pasos para poder construir desde nuestro país herramientas útiles que puedan utilizarse para la causa internacional del socialismo.

CONCLUSIONES

En este texto se exponen sólo algunos elementos importantes en la constitución de nuestra estrategia. Una de las principales ideas es la necesidad de llevar a cabo un trabajo de base, en contacto directo con la clase trabajadora, en aquellos frentes y espacios donde los conflictos de clase adquieren una mayor magnitud y crudeza, y dónde los problemas del proletariado no pueden ser resueltos e integrados por el capital. Desarrollar efectivamente este tipo de trabajo supone romper con las inercias que arrastramos, y aprender a hacer un tipo diferente de labor revolucionaria, que no ocurre únicamente en los espacios tradicionalmente vinculados al activismo (la asamblea, la manifestación, el disturbio), sino en el conjunto de la propia vida.

Este cambio fundamental se acompaña de una serie de tareas en otros ámbitos: desde la necesidad de avanzar en la formación de cuadros, a la de crear estructuras que permitan desarrollar una propaganda efectiva, pasando por la coordinación con otras organizaciones afines, dentro y fuera de nuestro territorio.

A pesar de los distintos problemas y dificultades que enfrentamos, nuestro objetivo es servir como herramienta para desarrollar un verdadero movimiento revolucionario. Que pueda realizarse esa potencia depende, entre otras cosas, de que seamos capaces de asentar y asumir una estrategia revolucionaria acertada. Sin embargo, hacerlo no consiste simplemente aprobar determinados documentos. Ese puede ser el primer paso, pero la tarea fundamental se juega en que esos desarrollos sean interiorizados por el conjunto de la militancia y llevados a la práctica.


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